Con una propuesta que combina rock psicodélico, indie y energía ritual, los franceses BRAMA convierten cada concierto en una experiencia hipnótica. La viola de rueda actúa como un órgano litúrgico, mientras guitarra y abajo se dejan poseer por ritmos intensos y una voz cargada de magnetismo. La banda invita al público a una ceremonia sonora donde convergen la tarantela y una misa de rock’n’roll visionario.
Antes de hablar, ya cantábamos, y antes de contar sacos de harina, ya hacíamos rituales para expandir nuestra conciencia. Llevamos 200.000 años bailando y afinando el oído: estamos mucho más acostumbrados a la psicodelia que al doomscrolling.
BRAMA está formado por un grupo de alegres franceses que tocan una música sedienta que bebe de todas las fuentes a su alcance —de las melodías ancestrales de su Macizo Central y de Pakistán, de las bandas alemanas de los años setenta, como Neu!, y de compatriotas de la talla de Orchestre Tout Puissant. Esparcen su sed en versos en occitano, con una zanfona electrificada y unas canciones que te enjuagan el cerebro: fuera legañas y ¡fuego al cántaro!
Martí Sales
Escritor y traductor